En la novela ‘El Lazarillo de Tormes’ uno de los personajes que aparecen en la espléndida muestra de tipos de nuestro siglo XVI es un buldero —la Real Academia de la Lengua también admite bulero—. Se trata del quinto de los amos a los que sirve Lázaro y es un pícaro, uno más, cuya actividad era vender bulas falsas, convenientemente selladas para darle aspecto de validez. Era el procedimiento por el que engañaba a la gente. La bula, como documento eclesiástico, permitía a su poseedor, que la adquiría mediante el pago de una suma, disfrutar de ciertas libertades religiosas, como era, por ejemplo, no privarse de comer carne en determinados días de abstinencia. Como locución verbal, nos ha quedado la expresión ’tener bula’, con la que se expresa tener facilidades que se niegan a los demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles.

Esas bulas, hace tiempo que quedaron atrás, pero en la España de nuestros días nos encontramos la existencia de bulas políticas. Es decir, se otorgan facilidades a determinadas formaciones —tienen bula—, que no se le conceden a otras. Es el caso de las posturas más extremas, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político donde, el principal bulero del reino, entendido como dispensador de bulas políticas, considera adecuado, aunque afirmase que le producía insomnio, pactar con Unidas Podemos, la extrema izquierda que manifiesta su devoción por Maduro, considera la dictadura de Cuba como una especie de edén político y protestan si la OTAN entrega armas a Ucrania para evitar que Putin los masacre más de lo que está haciendo. Por el contrario, los pactos de cualquier partido con la extrema derecha, como es Vox, que se felicita con los éxitos del húngaro Orban o mantienen cordiales relaciones con Marine Le Pen, son maldecidos por el mismo bulero y sus terminales mediáticas. Considera una aberración que se llegue a acuerdos con ellos y ve como un ataque a la democracia, que entren a formar parte de algún gobierno. Eso es lo que pontifica, quien no tiene inconveniente en llegar a acuerdos con Bildu, los herederos políticos de los asesinos de ETA, o con los independentistas catalanes que atentaron contra el Estado.

Los extremos políticos, por lo que tienen de radicales, no son la mejor solución para afrontar las dificultades que supone, por lo general, el ejercicio de la política, pero no es aceptable que haya radicalismos a los que se otorga bula, al tiempo que se abomina de otros. Sánchez sabe que la fórmula que, hoy por hoy, tiene visos de desalojarle de la Moncloa es un acuerdo del Partido Popular con Vox. Por eso no dejará de estigmatizar a la extrema derecha que, por si eso no fuera suficiente, le disputa la calle —algo que la izquierda siempre ha considerado como dominio propio— impulsando manifestaciones y concentraciones, cosa que nunca ha hecho el PP. Lo ocurrido en Castilla y León es un aviso de lo que puede venir después. Veremos hasta donde llegan los planteamientos radicalizados de Vox, una vez que ha de gobernar. Lo que si sabemos son los radicalismos de Unidas Podemos cuando forman parte de un gobierno y promulgan leyes como la conocida como ‘Ley Trans’.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 22 de abril de 2022 en esta dirección)

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